Así que dí un portazo a la comodidad y llamé al ascensor, que me recibió como de costumbre, con un espejo lo suficientemente grande para obligarme a ver lo que no quería mirar: a una pobre chica sumergida en un ridículo intento de sentirse atractiva, deseada, querida... cualquier cosa que implicase algo mejor que lo que sus mantas y libros le deparaban. Vi a una chica que hacía tiempo no veía, y lo peor es que no la echaba de menos. Ahí estaba yo, aparentando ser "dancing queen" y siendo tan crítica conmigo como la última vez que me detuve frente a mí; analizando de dónde debería quitarme unos kilos, qué necesito tonificar, preguntándome si existirá algún maquillaje que tape estas horribles ojeras e imperfecciones de mi rostro, intentando averiguar la razón de este malogrado corte de pelo, y sobretodo, rogando a Dios que me recordase en qué momento creí que tenía derecho a ponerme unas medias como las que llevaba el maniquí de aquella tienda.
Cuando volví la mirada hacia mi cara, una lágrima negra caía por mi mejilla. Marqué el tercero, abrí la puerta de casa y... desde ese día utilizo las escaleras.
Audio: LoveMe