Intentó desnudarse por completo, pero no logró soltar el nudo que tenía en la garganta.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La chica de los helados

Trazó un plan perfecto. Su estrategia era infalible. Estaba todo calculado minuciosamente y no había ningún cabo suelto: Ni el más mínimo resquicio que pudiera dar lugar a error. Llevaba meses planteándolo, tenía una jugada magistral, y estaba orgulloso de ello.
Cuando dieron las diez de la noche, cogió su pasamontañas y el pequeño saco que había preparado para la ocasión y se encaminó en la dirección precisa. Era un frío diciembre, pero el simple hecho de creer que estaba a punto de conseguir lo que quería le hervía tanto la sangre que habría confundido aquella avenida con una playa tropical.
Llegó al local, y aprovechando la oscuridad que la noche le profesaba, comenzó a trepar al balcón colgado de un arnés. Los demás detalles los dejo a vuestra imaginación, el caso es que lo consiguió. Por fin, después de tanto soñar con ese momento estaba allí, en aquella heladería, delante del mostrador, paralizado. Disfrutó un minuto más de su logro y se dispuso a abrir la cámara de frío.
Tanto planearlo, tantas noches en vela, tantas horas invertidas en imaginar cómo sería probar aquellos helados que en ningún momento se le ocurrió que su proyecto acabase así. La nevera estaba vacía.
En la fría cámara de acero inoxidable, no quedaba ni el frío. Él era lo único congelado allí.
Había puesto todo su empeño en conseguir entrar en aquella heladería, pero no pensó que los helados acabaron cuando acabó el verano. Y así, triste y cabizbajo, salió por donde había entrado, aprendiendo de la peor forma que, por mucho que te esfuerces, donde no hay, no puedes encontrarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario