Intentó desnudarse por completo, pero no logró soltar el nudo que tenía en la garganta.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Summercat

Puse la vista atrás por un instante y vi alejarse de la mano los amaneceres en la playa y las noches de orquesta. Como la soledad no les gustaba también se llevaban consigo las siestas al sol y los baños entre olas. Tras ellos, con paso firme les seguía la brisa que trae el norte y los intentos fallidos de volar cometas; las cervezas frías y la ropa cálida; los planes que no llegamos a cumplir, y la satisfacción de los que sí que llevamos a cabo.
Les vi marcharse entre nostalgia y alegría. Debía darles las gracias a todos ellos por haberme hecho tan feliz estos tres meses, consciente de que todas las etapas terminan por ser cerradas, y de que todo lo que empieza acaba. Debo agradecerlo y así lo hago, pero no puedo evitar caer en la parte de mí que no se conforma y pide un poco más de esto ("ya sabes que la luna a mí siempre me sabe a poco"). Esa parte necesita vivir un rato más aquí antes de volver al mundo real. Antes de que el invierno me obligue a emigrar un poquito más al sur.
Ese pequeño instante fue más que suficiente para entender que las cosas son así porque no pueden ser de otra manera ("el verano acabó, el otoño durará lo que tarde en llegar el invierno").
Me queda pensar que mientras les veía alejarse pude ver como me hacían un guiño, recordándome que el cajón donde permanecerán mientras caigan las hojas, se cubran de nieve, y florezcan los arboles nuevamente, se abrirá de nuevo dentro de nueve meses en busca de grandes días bajo grandes soles, y bonitas noches bajo preciosas lunas.
Volverán a por mí, a por nosotros, a rescatarnos de los abrigos como cada año. Lo he pensado, y es que, hoy más que nunca he caído en la cuenta de que "no quedan días de verano".

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