No sabía si era él el amor de su vida. Dudaba que volviese a verle en cualquiera de todos los años que aún le quedaban por vivir. Es más, no dudaba: estaba segura de que no se encontrarían nunca.
Podían forzar las cosas, hablar, llamarse, alguna foto... Pero, para qué? No había una mínima posibilidad de que el océano que les separase les volviese a unir. Aún así valía la pena sonreír pensando en aquello y sentirse afortunado.
Y si, como debe ser, no volvían a saber nada más el uno del otro, siempre les quedaría el beso más perfecto dado por dos extraños una noche de verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario