Amanecía como una mañana cualquiera. El sol entraba entre las rendijas de la persiana y poco a poco iba iluminando todo lo que podía de aquella pequeña habitación. Me giré y ahí estabas, dormida. Habría jurado que el mundo se paraba cada vez que tú dormías; tan natural que ni el maquillaje habría mejorado esa imagen, tan tranquila que tu simple respiración sumiría en duermevela a un ejercito entero; tan bonita que no encuentro palabras para acabar esta frase...
Llevabas un pijama blanco y el pelo alborotado se posaba suavemente sobre tu cara. La sabana te tapaba casi por completo, dejando fuera un pie, como a ti te gusta... Entonces tu respiración cambió, y empezaste a abrir los ojos; me miraste y sonreíste. Una mueca sencilla pero sincera, y fue ahí, justo en ese instante, cuando me di cuenta de que no quiero perderme esa imagen de verte volver a la vida cada día...
No hay comentarios:
Publicar un comentario