Intentó desnudarse por completo, pero no logró soltar el nudo que tenía en la garganta.

lunes, 12 de marzo de 2012

Ven, vete, quédate...

Los años que pasamos juntos me cambiaron. Fiel creyente del "nadie merece tus lágrimas y quien las merezca no las causará" tuve que aferrarme a un "quien bien te quiere te hará llorar" sólo por no tener que dar el paso al "mejor solo que mal acompañado".
Crecimos juntos, maduramos, comenzamos a ver el mundo con los ojos de quien descubre que el primer amor no es el definitivo. Los ojos de quien empieza a comprender que, tras unos meses, se pierden las mariposas en el estomago pero se gana, por ejemplo, en complicidad.
Días de tormentas, semanas de soles. Días de ven conmigo y noches de no me abandones.
La historia de los reenganches y las segundas oportunidades, a veces bien amortizadas, a veces desperdiciadas. De vez en cuando una pausa en la eterna caída en picado que nos recordó por qué seguir intentándolo. Pero no fue suficiente.
Relaciones tormentosas que nos atan, nos marcan. Relaciones dañinas que se nos graban a fuego en la piel, que mantienen sensaciones fluctuando por nuestras venas. Que nos recuerdan que una vez sentimos, que soñamos, que vivimos al fin y al cabo.
Relaciones de esas que te enseñan con dulzura a querer, pero obligan a olvidar a punta de pistola.

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