Siempre hay años que pasan en balde, que son igual de buenos, o malos que los anteriores y por ello no destacan. Para mí, 2011 no ha sido uno de esos…
En este año he aprendido que se puede saltar de etapa en
etapa en menos de un minuto, que el estado de ánimo y las ganas de sonreír
deben depender de uno mismo, que nadie puede hundirte si tú no se lo permites.
La llave de la felicidad esta justo a nuestro lado, y miles
de veces nos empeñamos en caminar kilómetros y kilómetros para encontrarla,
cuando lo único que necesitamos es quedarnos quietos y saber mirar.
Dos mil once, en muchos sentidos es el año que llevaba años esperando, y en un pestañeo, se ha terminado. Deja tras su paso una mudanza, miles de momentos de felicidad absoluta, millones de recuerdos inolvidables, grandísimas amistades, viajes planeados en un segundo, escapadas express sin billete de vuelta, un recorrido veraniego de todas las fiestas de pueblo, un trabajo de verano, un par de bodas perfectas, grandes momentos salmantinos, y algún que otro amor fugaz…
Ha sido un año distinto. Distinto a los tres anteriores. Comenzó con un enero que difícilmente podría haber sido peor, un febrero de cambios, y también de ilusiones… marzo y abril pasaron entre carnavales y vacaciones, y sin quererlo casi estábamos en mayo, un mayo bonito, genial y precedente a un junio horrible, que se tornó en perfecto. De verano qué voy a contar? Ideal… y de nuevo a Salamanca.
Las cosas han cambiado mucho en este año, han cambiado mucho en un solo mes, e
incluso en una sola semana, y lo que mas me enorgullece es comprobar que yo también
he cambiado con las circunstancias, y he conseguido que mi llave esté en mi
propia mano, sin necesitar ni depender de nadie… Eso es lo que me deja 2011, y
eso es lo que más me ha gustado conseguir; eso, y el sentimiento de que 2012
tiene algo muy grande preparado…
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