En la vida, el día menos esperado y la razón mas remota pueden dejarnos fuera de juego. Lo que hace de nosotros quienes somos es la forma que tenemos de afrontar la situación, de levantarnos, recoger nuestros pedazos y empezar a caminar con la cabeza alta.
El primer momento triste puede destrozarnos, hacernos creer que de una vez por todas estamos hundidos, y que cargaremos con ese peso una larga temporada. El segundo día consiste en tener la voluntad de asignar un número de lagrimas y no sobrepasarlo; no desperdiciar ni una gota más de las estrictamente necesarias.
Tras esto llega el tercer día. En el tercer día no hay lagrimas, no hay rabia y el peso cada vez va siendo más ligero... El tercer día cambia todo el sufrimiento por aprendizaje, y todas las lagrimas por sonrisas, y es aquí cuando asumes que tres días es la cantidad exacta, tres y no más, que se le debe destinar a una persona como regalo final antes de dejarla atras.
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